EPÍLOGO


A Fernando Senante, poeta de la ciudad y del alma


En ocasiones he soñado este libro que ahora se publica en forma de libro-blog. Desde el primer artículo que escribí, en 1988, sobre la evocación poética de una ciudad que conocía bastante bien —«Barcelona: de la ciudad antigua a la metrópoli»— hasta hoy mismo, lo he imaginado siempre como un ejemplar voluminoso, contundente. Para él confeccioné listas de poetas y ciudades que un día serían, pensaba, el índice de este libro. Me propuse crear el registro completo de las metáforas urbanas en la poesía española contemporánea. No he dejado pasar ninguna oportunidad en la que se me permitiera escribir sobre este asunto, desde la ponencia académica hasta la reseña bibliográfica. Las páginas, con los años, se iban amontonando, en efecto; pero también el desánimo. Mi voluntad de un trabajo exhaustivo, panorámico, se enfrentaba a dos contrariedades: la poesía urbana aumentaba más allá de mis posibilidades de escritura, y su propia feracidad convertía los análisis en reiterativos. ¿Es necesario —me pregunté entonces— dar cuenta de todas, absolutamente todas, las vivencias poéticas en la ciudad? La respuesta la tiene el lector en este documento electrónico, tan huérfano de nombres como de entradas. Si el proyecto inicial contaba con sumar exégesis, el resultado final ha seguido el camino crítico inverso: de cuanto he escrito sobre poesía y ciudad he seleccionado sólo las actitudes poéticas paradigmáticas, aquellas que pueden nombrar las relaciones que los poetas han tenido en el curso de los últimos dos siglos con la urbe. Que no son muchas, por cierto.
De los nombres propios representativos de una actitud favorable a la ciudad, cuatro son poetas canarios y dos barceloneses. Sólo ahora, al redactar estas líneas preliminares, caigo en la cuenta. Sin duda sería posible confeccionar un libro con este mismo título sin incluir poetas canarios ni barceloneses. De hecho, hay infinidad de tratados que contemplan la poesía contemporánea española sin citar siquiera poetas canarios ni, al menos uno, barceloneses. No creo necesario justificar esta curiosa procedencia de los poetas que hablan de la ciudad, pero tal vez resulte conveniente comprender el significado de la selección aquí realizada. Canarias y Barcelona comparten la condición de periferia. Con frecuencia, sobre todo desde el centro, se ha considerado que a la poesía urbana «le falta poesía» —como le dijo el editor y crítico José Luis Cano a José María Fonollosa en carta personal del 31 de julio de 1962—. Es, pues, plausible pensar que el acercamiento a la ciudad de Tomás Morales en Las Palmas o de Jaime Gil de Biedma en Barcelona, ambos territorios poéticos periféricos, haya resultado más completo y libre, y por lo tanto ejemplar. Como resultan más radicales las posturas del tinerfeño Francisco Izquierdo y del barcelonés José María Fonollosa por el hecho de coincidir ambos en una periferia aún mayor: la biográfica, la del que cambia de país —ambos residieron en Cuba— y desaparece. A los dos últimos poetas aquí estudiados, Luis Feria y Arturo Maccanti, ambos muy alejados poéticamente de la poesía urbana, quisiera presentarlos, junto a Ángel González y el citado Gil de Biedma, como emblemas de una generación, la del 50, cuya vida ha estado vinculada al crecimiento de las ciudades en la segunda mitad del siglo XX, y al cabo ha acabado también matizado obras alejadas del sentir urbano. Creo en el carácter emblemático que le otorgo, y me afirmo en ello al comprobar cómo la mayoría de antologías y análisis de su generación se limitan a los grupos generacionales peninsulares, sin que la crítica haya comprendido, al parecer, la riqueza que a la poesía en castellano es capaz de proporcionarle el mundo atlántico.
Reparo también, al reunir y cohesionar estos ensayos escritos en el curso de veinte años, que algunos se sostienen sobre la bibliografía del momento. He preferido dejarlos así a actualizar referencias y datos, que por otra parte no admiten una publicación correcta en el blog. Siempre he intentado hacer —he soñado— una crítica emparentada con la creación literaria. Esta presencia de la época en la argumentación es un rumor, aroma tal vez, que permite que la crítica merezca también aquel viejo lema machadiano de «palabra en el tiempo».

JAC. Barcelona, abril de 2011